jueves, 4 de junio de 2009

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Soy el avión transatlántico que navega en las estrellas sobrevolando Brasilia. Un punto luminoso delimitado por abismo (¿Brasilia?) me grita desde abajo humanidad y silencios.
Saco de debajo del asiento un nuevo manto, oscuro y ahogado en chapas metálicas que destellan incrustadas,
para tirarlo con fuerza hacia arriba, donde no sale el sol.
Quizá sea mi tierra este manto celeste.
Llevaré puesto mi casquito oxidado y conduciré un batiscafo entre las telas nocturnas con sus chapas brillantes. Me acunará el manto que se mece al son patoso del motor estridente, obsoleto, y no acabará nunca mi idiotez.