miércoles, 16 de junio de 2010

escrito sin métrica

Madrid se está nublando.
Pronto Nuncio se verá inundada
jugando sus escaleras a recolectar.
El Almendro dará riachuelos enlosados
y la Plaza se convertirá en espejo céntrico.
El metal barato de terrazas va a vestirse con
gotas que dejarán marca rancia
y el vaso de cartón del del portal en Gran Vía
se plegará mojado sobre las monedas de céntimo.
La vecina de rulos cerrará su ventana
lamentándose por la sábana apaleada por aguas,
los árboles bailarán entre los charcos
que al esquivar las guiris en short
convertirán en bragas de GAP,
y el kiosquero del 2De seguirá haciendo cuentas
y la tarde se hará más tarde
en la luz de pitidos de coche
con susurro a bares repletos.
La lluvia golpeará la ventana de mi cuarto
con ganas de lectura,
pero yo no estaré en él.
En el umbral del café un perro viejo
le dará la espalda al amo
por prolongar su carajillo
y la chica llegará más sonrojada y más bonita
a su quinta cita en Ruiz tras correr,
tapándose el flequillo con un bolso.
Buenavista será río
y Cuchilleros un lago.
Los tejados sonreirán
aplacados, menos tensos
en Delicias, Pez y Libertad,
el camarero bajará el volumen
para catar el timbal del cauce de una esquina
y el silencio paciente de pajarracos aislados.
Madrid mar salado, castizo, adulterado
de peces frenéticos vestidos
y ladrillos engañosos que otean
cromos empapados pegados a baldosas,
todas quisquillosas, de las hechas a mano.
Un estruendo acallará el otro estruendo,
aliviando el aire entre el cielo y el suelo
y al correr, resguardar el periódico, saltar orillas,
pasear mojado,
besar en la puerta y asaltar taxis
esquivando,
las morenas, los peces globo, los escualos,
todos madrileños,
todos empapados,
sentirán la ciudad como víctima de nubes del magnífico tirano
unidos como crías bajo el aguacero instantáneo
que amenace latente con abrir más espiches
y descorchar más opresores irisados.