la piel negra se dejaba ver caminando sobre un suelo de mármol, contorsionado su mirar al compás lascivo de sus miembros.
satinado, exigía.
podía llorar lágrimas rescatadas de su infancia, de golpe opaco su iris rojizo. entonces su corazón le instaba a otras ansias, y pedía disculpas por ser espejo tan simple. luego, regresaba a la piel endiablada.
corría descalzo en la lluvia torrencial protegiendo un cajón gitano del agua, y bajo el ventilador polvoriento sudaba uno a uno sus miedos dentro del cuerpo que abrazaba.
pero la piel negra no recuerda.
si yo me hubiese caído entonces, la piel se hubiese derrumbado.
difuminada tu figura en las palmeras y su niebla (eres recuerdo de tormentas eléctricas), te sé, piel negra, envuelta en el barro de una selva.
y los árboles fríos del bosque soy yo.
pasión de la envoltura blanca: nuestras vidas, antagónicas, se encontraron en la sencillez de un querer nuestro. fuimos la hamaca desde donde mirar viento, naranjales que filtraran sol y días libres con girasoles en el pomo de plástico. también siestas en la guagua decaída, sonrisas cómplices de una habana pulcra y sus mañanas en la altura, mirando el malecón.
fuimos cervezas de la plaza y peliculas a oscuras, dos encuentros en pasillos y tu espera en aeropuerto.
crecer dolía: construímos palabras a que aferrarnos - nuestras.
tú las del no-comandante. yo las del no-retorno.
luego la brecha: de pronto mi estómago sangrante, mi caída en tu puerta (tú llorabas conmigo), vomitar el corazón en un rincón de aquél cuarto, y tú dormías en el suelo, avergonzado, y yo escuchaba tu silencio, rota, y mis costillas salientes y tu pelo rapado.
siguieron lloviendo las palmeras derramando su verde senil.
tú seguías corriendo porque ya no escuchabas.
ahora escuchas, pero ya no hay voz. reaprendes a amar y te contorsionas en lo ajeno, y a veces lloras a escondidas entre aquellos naranjales que se secaron al no ver más a mi perra.
una luz cegadora, un disparo de nieve - te dije.
y de eso sí te acuerdas.
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