Escribió sobre los lugares que soñaba con conocer, describiéndolos al detalle desde su imaginación meticulosa (climas, cielos, idiomas, hazañas y colores imposibles en cada una de sus páginas) en vez de viajar.
Persiguió por escrito las vivencias de sus musas, todas clichés torturados y dulces, en vez de seguirlas por la calle.
Se inventó cien alter-egos y cien oficios diferentes porque el tipo del espejo era su Yo más inocuo.
Y así, año tras año, fue nutriendo sus facetas paralelas en pos de los relatos, nacidos de ápices de vivencias negadas a sí mismo.
Por eso dejó la escritura: después de todo, se decantó por vivir.
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