Al despertar en el
colchón prestado y sucio, el del antojo, se le quebraron las ristras de los ojos, como una balsa a la deriva de sí
mismo. Hasta entonces él había soñado y sabido sufrir bien al perseguir - a la
deriva - a la que pensaba amar. Tras esa noche, nada. Se hizo adulto, se hizo
hueco, y se amoldó a las garantías. Despertar en mares anodinos tras bailar con
nadie (un cuerpo, una cara, sin nombre) le dejó un gusto por el sabor a fácil, el de
amar a todos sin amarrarse el ancla y ser todos los cuerpos sin sonar voz
propia. Se decantó por lo que pega como un sudor caliente o el rubor insulso
que tolera, y se olvidó de aquellos túneles de búsqueda en los que, al fondo, una
vez, había visto su silueta alcanzar a tientas sus mares más profundos, que al
perder reunió en ristras que escondió en sus ojos.
1 comentario:
Lleno de bellas imágenes.
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