miércoles, 30 de julio de 2008

Indulgencia

En Madrid nunca es tarde.
No se logra la soledad totalitaria entre sus vecinos y sus calles.
Madrid es la amante de las tardes dulces y las lluvias cortas, las farolas naranjas, las terrazas pobladas aunque también es la puta de los bares abiertos y los consentimientos eternos, la puta que otorga ahogarse en alcoholes y en las sonrisas de nadie.
Por eso su indulgencia aplasta.
El tiempo en Madrid se dilata en el estrés del día y la estrechez de sus noches, y las semanas van pasando, dilatadas, con las mismas ansias intactas.
A la larga, nada se mueve. En brazos de la puta, uno no lucha.
Uno espera sin saber bien qué, pidiéndose otra caña, proyectándose en amigos y repitiendo una y otra vez lo que uno está a punto de hacer y nunca hace.
"Cuidado con la puta", pensé la otra noche en una de las tantas barras.
Y quise volver a enamorarme de la amante y la promesa de sus luces, y ser su amada digna, de palabras honestas y actos consecuentes. Deseé que me abrazara una vez más la rigidez de su amor noble y volver a ser merecedora de la historia de sus barrios y del paso de sus horas, azulejos, sillas viejas, desproporciones. Y ver en sus caras seres decentes, profundos, marcados, y regresar a la ciudadanía del sentido. Responsable.

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